Por Hugo Lavados Montes, Rector de la Universidad San Sebastián
Uno de los mayores desafíos que enfrenta la educación superior en Chile es cómo lograr emparejar la cancha, respecto del nivel educativo de base que tienen los postulantes. Al conocer los resultados de la PAES, nos encontramos con un viejo conocido: las desigualdades que tenemos en la educación básica y media, dependiendo de los niveles socioeconómicos de las familias, y del tipo de colegio de procedencia de esos estudiantes.
Los datos del Demre muestran que del total de estudiantes que rindieron la PAES, un 55% proviene de colegios subvencionados, 34% de colegios públicos y 11% de particulares pagados. Si bien la proporción de estudiantes de colegios privados es menor, el indicador D de Cohen -utilizado por el Demre para medir brechas- arroja que al considerar las dos pruebas obligatorias la diferencia entre los promedios de puntajes entre particulares pagados, subvencionaos y públicos es ‘grande’, es decir, significativa.
La experiencia ha mostrado que una formación previa deficiente modifica los contenidos curriculares de las universidades, ya que hace necesario incluir cursos de nivelación. Esto provoca que, en algunos casos, las carreras se alarguen para lograr que el programa formativo sea capaz de dar a los educandos un valor agregado de real significación cultural y laboral.
En la educación preescolar y escolar las recetas de corto plazo no existen, sobre todo por la importancia de la estimulación temprana. Estos niveles deberían ser un objetivo prioritario de cualquier programa que apunte a reducir la desigualdad y con una asignación de recursos correspondiente a esa trascendencia. No hacerlo es tremendamente injusto, y es no poner los recursos de acuerdo con el discurso; es decir, ser completamente inconsistente.
Fuente: La Tercera